CAPITULO 1 - LA LLAVE

 

La resplandeciente luna iluminaba el rostro de Jánuja. A pesar del sudor de las manos y del incómodo viento en la cara, disfrutó durante un par de segundos del impresionante panorama. Pocos ratones podrían asegurar haber visto uno igual. Tras el breve instante volvió a centrarse en su tarea, y es que trepar el mástil colocado en la azotea de uno de los rascacielos de la Castellana merecía de toda su concentración. Mientras ascendía, Cáchuca le observaba con gran expectación.

–¡No veo ningún agujero! –le gritó Jánuja mientras el viento le agitaba todos los pelos del cuerpo.

–¡Tiene que haberlo! ¡Nos dijo que la llave estaba aquí! –le respondió Cáchuca desde la base del mástil.

Jánuja resopló, agarrado con fuerza a la cuerda de izado de la bandera que ondeaba con violencia. De nuevo se puso manos a la obra. Siguió trepando por la cuerda, atento a cualquier hueco en el que pudiera haberse escondido la llave. Cuando le quedaban dos metros para llegar al final, detectó una fisura en el metal de un centímetro de largo y medio de ancho.

–¡Aquí hay algo!

Metió su pata y rápidamente palpó algo metálico y frío. Al sacarlo vio que se trataba de una pequeña llave dorada, de un brillo intenso. La luz de la luna provocó un destello al chocar con ella. Jánuja quedó hipnotizado mirándola. Su brillo, sus formas perfec-tamente definidas, la gran cantidad de dientes y minúsculas muescas la convertían en algo espectacular. Tenía que ser la llave maestra, ¡im-posible de copiar!, tal y como les habían dicho.

–¡La tenemos!

Pero, ¿por qué estaban allí Jánuja y Cáchuca?, ¿quién les había hablado de esa llave?, ¿qué utilidad tenía? Para responder a todas estas preguntas será mejor empezar la historia desde el principio.

 

 

CAPITULO 2 - JÁNUJA Y CÁCHUCA

 

Eh, tú! ¡Gafotas! –dijo Pinry con voz chillona–. ¡Vaya mochila que traes! ¿Qué pasa, que tus padres no encontraron una más fea? ¡Ja, ja, ja!

Este fue el recibimiento que Pinry, un ratón de segundo curso, le había dado a Cáchuca en su primer día de colegio. Lo que más le dolió fue que aquel payaso había nombrado a sus padres. Y es que no había otra cosa en el mundo que le produjese más tristeza. Le habían contado que desaparecieron en un ataque nocturno de ratas de alcantarilla, las malditas sarnosas. Desde entonces, sus abuelos se habían ocupado de él y de su hermana pequeña.

Después de unos segundos, obnubilado en sus pensamientos, volvió de nuevo a escuchar la aguda risa de Pinry. Cáchuca no pudo contenerse y arremetió con todas sus fuerzas contra él. Pinry sorprendido cayó hacia atrás con la mala suerte de ir a parar sobre un charco. En seguida varios amigos de Pinry fueron hacia Cáchuca con no buenas intenciones. Pero Cáchuca no se acobardó y se quedó quieto mirándoles con cara desafiante.

–¡Te vas a enterar, enano! –gritó Pinry mientras se incorporaba. Pero no pudo terminar de hacerlo, porque en ese momento una fuerte mano le obligó a sentarse de nuevo en el charco.

–No te muevas de ahí –ordenó Jánuja con voz tranquila pero contundente.

Pinry y sus secuaces dejaron de mirar a Cáchuca para fijarse en el ratón que aparecía en escena. También era nuevo en el cole, pero muy diferente al pequeño ratón marrón que amenazaban. Este era un corpulento ratón gris, tan alto como ellos, con unos ojos azules que brillaban con fuerza propia, y con un peculiar sombrero de cuadros.

–A ver si os atrevéis con uno de vuestro tamaño –dijo Jánuja.

Pinry se levantó humillado y le miró con cara de odio. Decidió zanjar ahí la discusión frente al riesgo de un ridículo espantoso. Se alejó con sus amigos mirando de vez en cuando hacia atrás y cuchi-cheando. Jánuja se volvió entonces hacia el pequeño ratón.

–Gracias, pero no necesitaba tu ayuda –le dijo Cáchuca.

–¡¿Qué?! Te hubieran machacado... –respondió Jánuja sor-prendido.

–¡Me hubiera defendido!

–Vale, vale –Jánuja se dio cuenta que aquel pobre ratón estaba a punto de empezar a llorar. Decidió cambiar de tema–. ¿En qué clase te ha tocado?

–Me ha dicho mi abuelo que con el profesor Clod.

–¡A mi también!

Desde aquel día, Jánuja y Cáchuca se habían convertido en compañeros inseparables.

 

 

CAPITULO 3 - EL PROFESOR CLOD

 

El profesor Clod era un ratón mayor. Andaba un poco encorvado y usaba unas pequeñas lentes para leer. Nunca se sentaba en su silla. Siempre daba sus clases andando de un lado a otro y tenía la virtud de conseguir captar la atención de todos sus alumnos cuando hablaba.

Aquella tarde tocaba clase de historia. El profesor estaba comparando la vida de los ratones de ciudad del pasado y del presente. Aunque las cosas habían cambiado mucho, los ratones de todas las épocas siempre habían tenido en común la necesidad de esconderse, viviesen en el campo, en una aldea medieval o en una gran ciudad.

–¿Pero por qué siempre hemos tenido que vivir ocultos de los gigantes? –le interrumpió Jámichi, una ratona de ojos rasgados siempre con algún pañuelo floreado al cuello–. Ellos no comen ra-tones.

–Buena pregunta –el profesor hizo una pequeña pausa y arrancó de nuevo a caminar con las manos en la espalda–. Nunca les hemos gustado, al menos a la gran mayoría. No hay una razón clara, pero la cuestión es que por nuestra seguridad, es conveniente que no nos dejemos ver. Por eso hemos tenido que ir adaptándonos a los cambios de los pueblos y de las ciudades de los gigantes, para poder sobrevivir.

Volvió a hacer una pausa, para meditar lo que estaba diciendo.

–Aunque la verdad es que precisamente aquí no nos lo han puesto difícil. Bajo Madrid existen gran cantidad de galerías y túneles que los gigantes han creado para llevar sus tuberías de agua, cables eléctricos, el metro... Esto nos ha ayudado a crear nuestros pasadizos paralelos de comunicación, algunos con iluminación, para llegar de unas casas a otras o para venir al colegio. Y todo ello sin correr peligro de que ninguna sarnosa o algún gato callejero nos ataque.

De curso en curso había ido corriendo el rumor de que el señor Clod, en su tiempo, había sido un famoso Conseguidor, es decir, un ratón perteneciente al grupo oficial dedicado a bajar del mundo de los gigantes aquellos productos necesarios para la vida de los ratones, desde alimentos a piezas para construir herramientas, muebles o cualquier tipo de artilugio que hiciese falta. Se trataba de un trabajo de alto riesgo. Lo debían hacer siempre de forma con-trolada para evitar que los gigantes echasen algo en falta.

Otros decían que había sido jefe de los Vigilantes, el grupo encargado de garantizar la seguridad. Entre otras cosas controlar las entradas a los pasadizos propios de ratones, para así evitar in-cursiones de sarnosas o la salida de algún ratón despistado a zonas inseguras.

En cualquier caso, fuese cual fuese la versión real del pasado del señor Clod, todo lo que decía respecto a la vida en la ciudad era tenido muy en cuenta por sus alumnos, ya que tanto los Conse-guidores como los Vigilantes tenían fama de conocer muy bien la enmarañada red de comunicaciones que los ratones habían ido construyendo a lo largo del tiempo.

–Pero debéis ser conscientes de la gran dificultad que conlleva a los Cavadores crear nuevos pasadizos y del peligro de realizar la abertura final a alguna zona insegura. Por ello, antes de iniciar el trabajo de excavación es necesario estudiar el terreno, preparar los planos, analizar los riesgos...

 

En ese momento el director Frinsi apareció en la entrada de la clase y le hizo una señal al profesor Clod para que saliese. El director dedicó a los alumnos una sonrisa que dejó ver sus blancos y brillantes dientes, quizás excesivamente brillantes.